Por David K. Bernard
Jesús es ambos Dios y hombre. Él es el único Dios encarnado. “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). “Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo” (II Corintios 5:19). Jesucristo es la imagen del Dios invisible, Dios manifestado en carne, nuestro Dios y Salvador, y la imagen misma de la sustancia de Dios (II Corintios 4:4; Colosenses 1:15; I Timoteo 3:16; Tito 2:13; Hebreos 1:3; II Pedro 1:1). Él no es la encarnación de una de las personas de la trinidad, sino la encarnación de todo el carácter, calidad, y personalidad del único Dios.
Reconocer la deidad de Jesucristo es esencial para la salvación. Jesús dijo, “Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis”, haciendo referencia al nombre de Dios “Yo Soy” (Juan 8:24, 58). Sólo si Jesús es verdaderamente Dios Él tiene poder para salvar del pecado, porque sólo Dios es el Salvador y sólo Él puede perdonar el pecado (Isaías 43:25; 45:21-22; Marcos 2:7).
Todos los nombres y títulos de la Deidad aplican correctamente a Jesús. Él es Dios (Juan 20:28), Señor (Hechos 9:5), Jehová (Isaías 45:23 con Filipenses 2:10-11), Yo Soy (Juan 8:58), Padre (Isaías 9:6; Apocalipsis 21:6-7), Verbo (Juan 1:14), y Espíritu Santo (Juan 14:17-18).
Dios el Padre habitó en el hombre Cristo. Jesús dijo, “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). “El Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan 10:38). “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre… el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:9-10). La naturaleza divina de Jesucristo es el Espíritu Santo (Gálatas 4:6; Filipenses 1:19), que es el Espíritu del Padre (Mateo 1:18-20; 10:20). “El Señor es el Espíritu (II Corintios 3:17). Jesús es Aquel que está en el trono celestial, como vemos al comparar la descripción de Jesús en Apocalipsis 1 con Aquel que está en el trono en Apocalipsis 4 y al notar que “Dios y el Cordero” es un mismo ser en Apocalipsis 22:3-4.
Jesús es también el Hijo de Dios. El término Hijo puede significar solamente la naturaleza humana de Cristo (como en “el Hijo murió”) o la unión de deidad y humanidad (como en “el Hijo volverá a la tierra en gloria”), pero nunca es usado aparte de la encarnación de Dios. Nunca se refiere solamente a la deidad. Los términos “Dios el Hijo” e “Hijo eterno” no son bíblicos. El papel del Hijo empezó cuando Jesús fue concebido milagrosamente en el vientre de una virgen por el Espíritu Santo (Lucas 1:35; Gálatas 4:4; Hebreos 1:5).
Las Escrituras proclaman enfáticamente la completa y genuina humanidad de Cristo (Romanos 1:3; Hebreos 2:14-17; 5:7-8). Él tenía un cuerpo, alma, espíritu, mente, y voluntad que eran humanos (Lucas 22:42; 23:46; Hechos 2:31; Filipenses 2:5; Hebreos 10:5, 10). Jesús era un humano perfecto, con todo lo que una humanidad genuina incluye. La verdadera humanidad de Cristo no significa que Él tenía una naturaleza pecaminosa. Él era sin pecado, no hizo pecado, y no había pecado en Él (Hebreos 4:15; I Pedro 2:22; I Juan 3:5). Él vino con la clase de naturaleza humana inocente que Adán y Eva tuvieron en el principio.
Creer en la verdadera humanidad de Cristo es esencial para la salvación (I Juan 4:3). Si Dios no vino verdaderamente en carne, entonces no hay sangre para la remisión del pecado, ni sacrificio de expiación. El propósito mismo de la Encarnación era proveer un hombre santo para mediar entre el Dios santo y la humanidad pecaminosa.
Es necesario distinguir claramente entre la deidad y la humanidad de Cristo. Aunque Jesús era Dios y hombre al mismo tiempo, a veces actuaba desde el punto de vista humano y a veces desde el punto de vista divino. Como Padre, a veces hablaba de parte de Su autoconciencia divina; como Hijo a veces hablaba de parte de Su autoconciencia humana. Sólo como un hombre podría Jesús nacer, crecer, ser tentando por el diablo, tener hambre, tener sed, cansarse, dormir, orar, ser golpeado, morir, no saber todas las cosas, no tener todo poder, ser inferior a Dios, y ser un siervo. Sólo como Dios podría existir desde la eternidad, ser inmutable, echar fuera demonios por Su propia autoridad, ser el pan de vida, dar agua viva, dar descanso espiritual, calmar la tempestad, contestar la oración, sanar a los enfermos, resucitar Su cuerpo de la muerte, perdonar el pecado, saber todas las cosas, tener todo poder, ser identificado como Dios, y ser Rey de reyes. En una persona común, estas dos listas en contraste serían mutuamente excluyentes, sin embargo las Escrituras atribuyen todas a Jesús, revelando Su doble naturaleza.
Aunque debemos distinguir entre la deidad de Cristo y la humanidad, es imposible separar las dos en Cristo (Juan 1:1, 14; 10:30, 38; 14:10-11; 16:32). El Padre se unió a la humanidad para formar un solo ser –Jesucristo, la Deidad encarnada–. Mientras estaba en la tierra Jesús era plenamente Dios, no simplemente un hombre ungido. Al mismo tiempo, Él era completamente humano, no sólo una semejanza de hombre. Él poseía el poder, autoridad, y carácter ilimitados de Dios. Él era Dios por naturaleza, por derecho, por identidad; Él no se hallaba deificado simplemente por una unción o investidura. A diferencia de un creyente lleno del Espíritu, la humanidad de Jesús estaba indisolublemente unida con toda la plenitud del Espíritu de Dios.
Podemos identificar cuatro temas principales en la descripción bíblica de la Encarnación: (1) la absoluta y completa deidad de Jesucristo; (2) la humanidad perfecta y sin pecado de Jesucristo; (3) la clara distinción entre la humanidad y la deidad de Jesucristo; y sin embargo (4) la unión inseparable de la deidad y la humanidad en Jesucristo.
Jesús
es la plenitud de Dios habitando en perfecta humanidad y manifestándose como un
ser humano perfecto. Él no es la transmutación de Dios a carne, la
manifestación de una porción de Dios, la animación de un cuerpo humano por
Dios, o Dios temporalmente habitando en una persona humana aparte. Jesucristo es
la encarnación –incorporación, personificación humana– del único Dios.