miércoles, 23 de diciembre de 2020

La Identidad de Jesucristo

Por David K. Bernard

Jesús es ambos Dios y hombre. Él es el único Dios encarnado. “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). “Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo” (II Corintios 5:19). Jesucristo es la imagen del Dios invisible, Dios manifestado en carne, nuestro Dios y Salvador, y la imagen misma de la sustancia de Dios (II Corintios 4:4; Colosenses 1:15; I Timoteo 3:16; Tito 2:13; Hebreos 1:3; II Pedro 1:1). Él no es la encarnación de una de las personas de la trinidad, sino la encarnación de todo el carácter, calidad, y personalidad del único Dios. 

Reconocer la deidad de Jesucristo es esencial para la salvación. Jesús dijo, “Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis”, haciendo referencia al nombre de Dios “Yo Soy” (Juan 8:24, 58). Sólo si Jesús es verdaderamente Dios Él tiene poder para salvar del pecado, porque sólo Dios es el Salvador y sólo Él puede perdonar el pecado (Isaías 43:25; 45:21-22; Marcos 2:7). 

Todos los nombres y títulos de la Deidad aplican correctamente a Jesús. Él es Dios (Juan 20:28), Señor (Hechos 9:5), Jehová (Isaías 45:23 con Filipenses 2:10-11), Yo Soy (Juan 8:58), Padre (Isaías 9:6; Apocalipsis 21:6-7), Verbo (Juan 1:14), y Espíritu Santo (Juan 14:17-18). 

Dios el Padre habitó en el hombre Cristo. Jesús dijo, “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). “El Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan 10:38). “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre… el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:9-10). La naturaleza divina de Jesucristo es el Espíritu Santo (Gálatas 4:6; Filipenses 1:19), que es el Espíritu del Padre (Mateo 1:18-20; 10:20). “El Señor es el Espíritu (II Corintios 3:17). Jesús es Aquel que está en el trono celestial, como vemos al comparar la descripción de Jesús en Apocalipsis 1 con Aquel que está en el trono en Apocalipsis 4 y al notar que “Dios y el Cordero” es un mismo ser en Apocalipsis 22:3-4. 

Jesús es también el Hijo de Dios. El término Hijo puede significar solamente la naturaleza humana de Cristo (como en “el Hijo murió”) o la unión de deidad y humanidad (como en “el Hijo volverá a la tierra en gloria”), pero nunca es usado aparte de la encarnación de Dios. Nunca se refiere solamente a la deidad. Los términos “Dios el Hijo” e “Hijo eterno” no son bíblicos. El papel del Hijo empezó cuando Jesús fue concebido milagrosamente en el vientre de una virgen por el Espíritu Santo (Lucas 1:35; Gálatas 4:4; Hebreos 1:5). 

Las Escrituras proclaman enfáticamente la completa y genuina humanidad de Cristo (Romanos 1:3; Hebreos 2:14-17; 5:7-8). Él tenía un cuerpo, alma, espíritu, mente, y voluntad que eran humanos (Lucas 22:42; 23:46; Hechos 2:31; Filipenses 2:5; Hebreos 10:5, 10). Jesús era un humano perfecto, con todo lo que una humanidad genuina incluye. La verdadera humanidad de Cristo no significa que Él tenía una naturaleza pecaminosa. Él era sin pecado, no hizo pecado, y no había pecado en Él (Hebreos 4:15; I Pedro 2:22; I Juan 3:5). Él vino con la clase de naturaleza humana inocente que Adán y Eva tuvieron en el principio. 

Creer en la verdadera humanidad de Cristo es esencial para la salvación (I Juan 4:3). Si Dios no vino verdaderamente en carne, entonces no hay sangre para la remisión del pecado, ni sacrificio de expiación. El propósito mismo de la Encarnación era proveer un hombre santo para mediar entre el Dios santo y la humanidad pecaminosa. 

Es necesario distinguir claramente entre la deidad y la humanidad de Cristo. Aunque Jesús era Dios y hombre al mismo tiempo, a veces actuaba desde el punto de vista humano y a veces desde el punto de vista divino. Como Padre, a veces hablaba de parte de Su autoconciencia divina; como Hijo a veces hablaba de parte de Su autoconciencia humana. Sólo como un hombre podría Jesús nacer, crecer, ser tentando por el diablo, tener hambre, tener sed, cansarse, dormir, orar, ser golpeado, morir, no saber todas las cosas, no tener todo poder, ser inferior a Dios, y ser un siervo. Sólo como Dios podría existir desde la eternidad, ser inmutable, echar fuera demonios por Su propia autoridad, ser el pan de vida, dar agua viva, dar descanso espiritual, calmar la tempestad, contestar la oración, sanar a los enfermos, resucitar Su cuerpo de la muerte, perdonar el pecado, saber todas las cosas, tener todo poder, ser identificado como Dios, y ser Rey de reyes. En una persona común, estas dos listas en contraste serían mutuamente excluyentes, sin embargo las Escrituras atribuyen todas a Jesús, revelando Su doble naturaleza. 

Aunque debemos distinguir entre la deidad de Cristo y la humanidad, es imposible separar las dos en Cristo (Juan 1:1, 14; 10:30, 38; 14:10-11; 16:32). El Padre se unió a la humanidad para formar un solo ser –Jesucristo, la Deidad encarnada–. Mientras estaba en la tierra Jesús era plenamente Dios, no simplemente un hombre ungido. Al mismo tiempo, Él era completamente humano, no sólo una semejanza de hombre. Él poseía el poder, autoridad, y carácter ilimitados de Dios. Él era Dios por naturaleza, por derecho, por identidad; Él no se hallaba deificado simplemente por una unción o investidura. A diferencia de un creyente lleno del Espíritu, la humanidad de Jesús estaba indisolublemente unida con toda la plenitud del Espíritu de Dios. 

Podemos identificar cuatro temas principales en la descripción bíblica de la Encarnación: (1) la absoluta y completa deidad de Jesucristo; (2) la humanidad perfecta y sin pecado de Jesucristo; (3) la clara distinción entre la humanidad y la deidad de Jesucristo; y sin embargo (4) la unión inseparable de la deidad y la humanidad en Jesucristo. 

Jesús es la plenitud de Dios habitando en perfecta humanidad y manifestándose como un ser humano perfecto. Él no es la transmutación de Dios a carne, la manifestación de una porción de Dios, la animación de un cuerpo humano por Dios, o Dios temporalmente habitando en una persona humana aparte. Jesucristo es la encarnación –incorporación, personificación humana– del único Dios.


martes, 22 de diciembre de 2020

Cuatro Pruebas de la Deidad Absoluta de Jesucristo



Por David Hunt
Tomado del libro Doctrina de la Deidad. Págs. 21-25 

No es suficiente decir que sólo hay un Dios. Muchos declaran que creen en un solo Dios, pero después describen a ese solo Dios, como siendo tres seres separados y distintos.
 
No sólo debemos declarar como lo hacen las Escrituras, que hay un solo Dios, sino también debemos declarar la identidad de ese único Dios verdadero (Hechos 17:23-30; Juan 4:20-24).
 
Para lograr declarar la identidad de ese único Dios, cuatro pruebas son presentadas para comprobar que Jesús es Dios.
 
La primera prueba trata con la encarnación de Jesús.
 
La segunda prueba trata con su ministerio terrenal.
 
La tercera trata con su ascensión.
 
La cuarta trata con su segunda venida.
 
PRIMERA PRUEBA: LA ENCARNACIÓN
 
Más de setecientos cincuenta años antes del nacimiento de Jesús el profeta Isaías profetizó: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”. (Isaías 7:14).
 
Esta profecía fue cumplida en Mateo 1:23 cuando el mensajero celestial reveló la identidad del niño nacido de María en Belén, “… Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”.
 
Una vez más refiriéndonos a las profecías de Isaías para identificar a este santo hijo llamado Jesús, encontramos esta descripción: “… y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”. (Isaías 9:6).
 
Es necesario entender que Jesús cumplió todas estas descripciones o no cumplió ninguna. En su Humanidad él fue el hijo que nació, y el hijo que nos fue dado. En su Deidad él era el Dios Fuerte y Padre Eterno.
 
Él no fue parte hombre y parte Dios, sino que él fue todo hombre y todo Dios. (II Corintios 5:19).
 
Miqueas se une al profeta Isaías al exponer la Divinidad de aquel que nació en Belén. Miqueas 5:2 revela que él habría de ser Señor en Israel y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad. Sólo uno puede ser eterno y este es Dios.
 
El Nuevo Testamento continúa la revelación de la Divinidad de Jesucristo. I Timoteo 3:16 declara: “… Dios fue manifestado en carne…”. Es por esto que en la encarnación la Deidad se vistió de carne.
 
Isaías 40:3 profetizó de una voz clamando en el desierto preparando camino al Señor y enderezando calzada en la soledad a nuestro Dios. Mateo dice que esta profecía se cumplió en Jesucristo.
 
En Mateo 3:1-3, Mateo revela a Juan el Bautista como la voz que clama en el desierto y a Jesús como el Dios para quien se prepara el camino. Es claro ver cómo Jehová al que Isaías conocía también en el Antiguo testamento se vistió en carne y se convirtió en Jesús del Nuevo Testamento.
 
Louis Berkhof, un maestro, comentarista y profesor de Teología Presbiteriano, hizo esta declaración en el Resumen de Doctrina Cristiana: “El gran Dios del Antiguo Testamento es el mismo gran Dios del Nuevo Testamento y su nombre es Jesús”. (Salmos 147:5; Tito 2:13).
 
SEGUNDA PRUEBA: SU MINISTERIO TERRENAL
 
De la manera que los escritores de los evangelios registraron la historia del ministerio terrenal de Jesucristo y la manera que los apóstoles escribieron en sus epístolas, nos han dado numerosas Escrituras que testifican de la absoluta Deidad de Jesucristo.
 
Tal ejemplo se encuentra en Juan 10:30. Jesús claramente declaró: “Yo y el Padre uno somos”. Juan también escribió la conversación entre Jesús y Felipe donde Jesús se revela a sí mismo como el Padre en Juan 14:8-9.
 
Jesús le permitió a Felipe entender que el que le había visto a él ha visto al Padre. Tal parecía que Jesús estaba preguntando: “¿Cuánto tiempo tengo que estar contigo para que reconozcas el hecho que yo soy ambos el Padre y el Hijo?”.
 
Otra prueba de su absoluta DEIDAD demostrada por los eventos de su ministerio terrenal es visto en Juan 8:58. Jesús les dijo a los judíos: “Antes que Abraham fuese, yo soy”. Como el gran Yo soy, él es Eterno. Hebreos 13:8 nos dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.
 
Los eventos evidenciados en la “purificación del templo” proveen aún más pruebas de su Deidad durante su ministerio terrenal.
 
Mateo 21:4,5 nos dice que la entrada triunfal a Jerusalén cumplió la profecía de Zacarías 9:9 la cual predijo de este Rey que vendría a ellos “justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre su asno, sobre un pollino hijo de asna”.
 
La “purificación del templo” dirige nuestra atención al Malaquías 3:1, “… y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis…” Es interesante notar que A. A. Hodge, un trinitario, comenta sobre este verso sin duda alguna refiriéndose al Mesías. Él indicó que, “El término Hebreo Adonay aquí traducido Señor, nunca es aplicado a ninguno otro sino al Dios Supremo.
 
TERCERA PRUEBA: SU ASCENSIÓN
 
En el primer capítulo de Apocalipsis, Juan es usado por el Señor para revelar la gloria de Jesucristo glorificado después de su ascensión. En el versículo ocho se revela a nosotros como “… el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”.
 
Los versículos 17 y 18 prueban su Deidad en relación a su ascensión: “… yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”.
 
Después, en Apocalipsis 21:6-7 encontramos lo siguiente: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin… El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”. No puede haber duda que Jesucristo es no sólo el Hijo del hombre, sino el Dios Todopoderoso y el Padre Eterno también.
 
CUARTA PRUEBA: SU REGRESO
 
Existen varias pruebas relacionadas a su regreso que nos son útil para comprobar su Deidad.
 
En Zacarías 14:3-5, el profeta habló del regreso del Señor, “… Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos,… y vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos”.
 
Job añade a esto al declarar lo siguiente de su Redentor: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo…” (Job 19:25).
 
Ambos pasajes claramente declaran que aquel que se parará sobre el monte de los Olivos en los últimos días no es ningún otro más que Jehová. Hechos 1:9,12 nos recuerda que fue Jesús el que ascendió del monte de los Olivos y será este mismo Jesús el que vendrá de nuevo.
 
Pablo termina de clarificar esto en Tito 2:13 “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y salvador Jesucristo”. (I Timoteo 6:14-16).
 
Cuando la voz dijo en Apocalipsis 22:20, … ciertamente vengo en breve”. Juan el escritor de Apocalipsis respondió, “Amén, sí ven, Señor Jesús”.
 
 
Acerca del pastor David L. Hunt 

El Rev. David Hunt se casó con su esposa y fiel compañera en el ministerio, Luetta, en 1971. Se graduó en el Texas Bible College en 1974. Después de graduarse, se mudaron inmediatamente a Brenham, Texas, para plantar una Iglesia Pentecostal Unida. En 1988, recibió un llamado para ser instructor en el Texas Bible College, donde sirvió hasta 1994. Luego se convirtió en pastor de la Primera Iglesia Pentecostal en Center, Texas. Sirvió allí hasta 2002 cuando se convirtió en pastor de Eastview.